« El cuidadoso trabajo de quienes preparan un libro, enderezan un original, luchan a brazo partido con erratas y errores en galeras, corrigen planas, cuidan negativos e impresión, y vigilan que no se escape alguno de esos traviesos duendes que suelen empañar el lustre de cualquier edición, se ejerce en una discreta oscuridad cuyos métodos, sensibilidad y sabiduría están al servicio de la transmisión gozosa del pensamiento, de la amistad de los libros […]
Este discreto segundo plano que ocupa el corrector, el que revisa un original, y aquellas personas —desde el diseñador hasta el impresor— preocupadas por la armonía interna y la belleza externa de un libro a través de las complicadas etapas de su proceso de elaboración, lo recorremos personas generalmente tercas, obsesivas, detallistas, en ocasiones tortuosas. Se necesita, en realidad, un decidido, un indomable espíritu de contradicción para ver la luz a través de un manuscrito enredado y confuso, de galeras interminables y a veces incomprensibles, de planas con múltiples errores, de fichas bibliográficas y notas mal elaboradas, y no continúo para no dar la impresión de que esta letanía no tiene fin y de que en la labor alquímica de convertir un manuscrito, pulcro e inteligente o descuidado y mediocre, en las páginas de un libro, en ese objeto donde trabajan tantas personas aparte del autor, no se encuentra oculta, en medio de los problemas, cierta felicidad. »*
Afortunadamente, en mi caso, el trabajo me ha dado más que “cierta felicidad”. En los últimos dos años y medio, bajo la dirección de mi jefa, “a brazo partido” he comenzado a aprender el oficio. ¡¡¡Muchas gracias Gaby, por ser mi maestra, mi amiga y la capitana del barco, galeón... o galera!!! Te voy a extrañar mucho (y no lo he dicho, todavía, pero te deseo la mejor de las suertes y sé —de cierto— que te va a ir estupendamente. ¡Felicidades!).
*Blanca Luz PULIDO, de su “Prólogo. La orilla que se alcanza” a El libro y sus orillas, de Roberto ZAVALA RUIZ, UNAM, México, 1991. Como de costumbre, las cursivas y negritas son mías, con dedicación especial para Gaby y ofrecidas, en general, a todos aquellos que (como yo) viven —feliz y trabajosamente— con su propio trastorno obsesivo-compulsivo.