«En las regiones no queda espacio para la magia».
Sin importar si los acontecimientos conmemorados el 25 de diciembre se consideran históricos o mitológicos, estos significan la posibilidad –breve, puntual, tipológica– de contacto entre las esfera divina y la esfera humana. Y este punto de contacto se localiza en un recién nacido –que reúne en sí todo lo que de divino y de humano que hay en cualquier bebé, en cualquier ser humano. Como posibilidad, inteligibilidad o lejano hecho histórico, el contacto entre lo divino y humano es lo esencial de la celebración navideña. Es sólo la religión quien ha arrebatado el sentido principal de la celebración y, sobre ésta se ha construido la iglesia como almanaque de una historia escatológica donde cabe la idea atroz del “ser-para-la-muerte”.
Santacloses y Niñodioses regaladores (o siniestros) sólo encubren más el núcleo de una celebración que en su sentido teológico es conmovedora y en su sentido mágico, fabulosa.
Ni regalos, ni ornamentos, ni objetos, ni dineros, ni cenas. La reunión, tal vez sí, tal vez sólo eso. Reunidos para soportar la incertidumbre, la esperanza como vacío, el espanto de que una vez más —por vez primera— la esfera humana y la divina se toquen, en un bebé… en alguno de nosotros.
Apacible nochebuena y feliz navidad (aún si la esperanza es vana).
Como cada año:
«Gloria a dios en las alturas, y en la tierra
«paz a los hombres de buena voluntad»
—Lucas II:14
Y como cada año, el villancico (que lo dice todo):
Barenaked Ladies ft. Sarah McLachlan, “God Rest Ye Merry Gentlemen/We Three Kings.”
Ciudad de México a 24 de diciembre de 2014, 21:39 — 3 Tevet, 5775