«Is it possible that the antonym of “forgetting” is not remembering but justice?»
(“Postscript: Reflections on Forgetting”, Zakor, Jewish History and Jewish Memory, New York, Schocken Books, 1989 (1982), p.117; citado por Esther COHEN en “Raconter: témoigner face au silence de la langue”, Revue Intermédialités (Raconter/Telling), núm. 2, otoño, CRI, Université de Montréal, 2003.)
Hoy, viernes 10 de diciembre de 2006 a las 14h15 (hora local), muere en Santiago de Chile el dictador y genocida, Augusto Pinochet.
Al parecer, ya hay personas congregadas tanto a la entrada del hospital militar como en la Plaza de Italia, los primeros partidarios del dictador, los segundos detractores, familiares de víctimas y desaparecidos. Luego de 17 años de dictadura y de un lento y torpe proceso de transición, la sociedad chilena sigue dividida. Como sucede habitualmente, en un principio, la división fue promovida y provocada por las fuerzas de derecha. Es imposible olvidar el cobarde asesinato de Salvador Allende y el criminal golpe de Estado que puso fin a su gobierno democráticamente electo. Por supuesto que el golpe al gobierno de Allende y la dictadura militar que le sucedió se insertan en el proceso de la Guerra Fría y en una cadena de acontecimientos políticos que, hasta el día de hoy, siguen flagelando a América Latina. Por lo tanto, la responsabilidad de los Estados Unidos ante estos hechos es ineludible; habrá que estar pendiente (aunque sólo sea para el almanaque) de la reacción oficial estadunidense frente a la muerte del dictador Pinochet.
El de Chile no es, desgraciadamente, el único caso de transiciones incompletas, deficientes y “deficitarias” en la hispanidad. El ejemplo estrella es el de la transición española incompleta y el pretendido perdón nacional (y su consiguiente olvido). Los debates a este respecto se multiplican en el mundo de habla hispana y comúnmente se suele olvidar la influencia del panorama internacional y sus correlaciones con las circunstancias locales en la instauración y la caída de las dictaduras de derecha. En el caso español, el dictador murió antes del desmantelamiento del régimen, y esta circunstancia fue aprovechada para promover cambios estructurales que no representaron un verdadero relevo de los círculos del poder, sino una mera adecuación del régimen para insertarse en el nuevo panorama sociopolítico y económico de la naciente Comunidad Europea. Con respecto a Chile, sin entrar aquí en los detalles de un complejo proceso de transición ideado desde el régimen mismo para garantizar la seguridad de sus miembros, se ha pretendido pasar de una dictadura criminal a una democracia operante y multipartidista sobre la base de una legalidad inexistente y un estado de derecho aparente, ambos con fundamentos escatológicos. Es preciso recordar que el Estado chileno contemporáneo se rige aún por la Constitución pinochetista promulgada en 1980.
Más allá de las reacciones personales y los sentimientos íntimos frente a la muerte de un criminal totalitario y asesino (insignia de la derecha latinoamericana), tengamos presente que “El Dictador” es una figura sociohistórica y economicopolítica que, en realidad, no muere. “Le roi est mort, vive le roi” es un mecanismo que aplica plenamente en el caso de los regímenes totalitarios: todos los dictadores son El Dictador. En estos momentos, sectores democráticos en Chile manejan (con mucha razón) que Pinochet muere “como fugitivo de la justicia internacional”. Nuestra responsabilidad y trabajo pendientes es abrir los ojos para continuar con nuestra lucha contra los regímenes totalitarios y antidemocráticos alrededor del mundo. El día de hoy, en lugar de dejarme llevar por la rabia de la muerte de un criminal que escapa así a la justicia, prefiero recordar nuestra deuda con el presidente Salvador Allende y con su proyecto.
Para mayor información vése el artículo “Augusto Pinochet” en Wikipedia en español.
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