De algunas ciudades lejanas y queridas me he despedido, pero ninguna ha dolido tanto como mi Santa Marya, ninguna se me había clavado así en el pecho.
Pero algo de dignificante —es cierto— te ofrece a la despedida. Esta mañana, en una rápida e improgramada visita a la farmacia, me encontré con un viejo fantasma que habitaba en la tensa relación entre un querido, viejo y perdido amigo, y yo. Lo encontré. Estaba ahí, entre la chica delante de mi en la fila y las barras energéticas que regó accidentalmente en el piso; ahí estaba escuchando la mísma música que yo el fantasma. Y lo tomé. Y curiosamente sigue conmigo. No es que lo tenga dentro... es que volví a ser, y se siente bien después de más de nueve años. Es lo mejor que llevo de vuelta del Puerto: orgullo en mi corazón.
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